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sábado, 15 de noviembre de 2025

Doom Spending y deuda emocional: por qué el derecho concursal debe repensarse para una generación en riesgo.

 


 



Por Carlos Alberto Ferro[1]

 

Introducción

La insolvencia contemporánea trasciende el ámbito jurídico para manifestarse como fenómeno cultural, emocional y tecnológico. Este trabajo explora cómo el endeudamiento, más allá del hecho económico, se entrelaza con decisiones cotidianas, algoritmos de consumo y narrativas de gratificación inmediata, revelando una subjetividad marcada por el doom spending: gasto impulsivo ante un futuro percibido como incierto. A partir del artículo de Courtney Shea (Maclean’s, 2025), [2]  se analiza cómo jóvenes adultos enfrentan crisis climáticas, deudas educativas y precarización laboral mediante el consumo de experiencias inmediatas como forma de evasión.

Este trabajo se estructura en dos capítulos que abordan la insolvencia desde una perspectiva cultural, tecnológica y emocional.

El primero examina cómo el consumo emocional y la búsqueda de gratificación inmediata configuran nuevas formas de desequilibrio financiero, que desbordan los parámetros patrimoniales clásicos y desafían las categorías jurídicas tradicionales.

El segundo se adentra en la intersección entre algoritmos, afectividad y deuda, tomando como caso el ecosistema canadiense, donde plataformas híbridas de inversión, apuestas y consumo segmentado permiten especular sobre el futuro, transformando el riesgo en entretenimiento y el gasto en validación emocional.

 En conjunto, el paper propone una mirada interdisciplinaria sobre el endeudamiento como práctica generacional, vinculada a la búsqueda de sentido y pertenencia en un entorno marcado por la fragmentación financiera y la creciente influencia de referentes digitales sin formación especializada en economía o finanzas.

 

 

1.       Deuda, deseo y delivery: la insolvencia como síntoma cultural

Más allá de su definición legal, la insolvencia se manifiesta hoy como expresión de una subjetividad atrapada entre el deseo, la deuda y la promesa de gratificación inmediata. El concepto jurídico tradicional —centrado en el desequilibrio patrimonial y la incapacidad de pago— resulta insuficiente para capturar la complejidad del fenómeno actual, que también involucra dimensiones emocionales, culturales y existenciales. [3]

Autores como Zygmunt Bauman[4]  han abordado el endeudamiento como forma de control social, narrativa identitaria y estructura de poder en la sociedad de consumidores. Según Bauman, el consumo se ha convertido en el principal organizador de la vida social, donde “ser es ser percibido como consumidor” y la estética del consumo se impone como norma.

En este marco emerge el fenómeno del doom spending,[5] gastar como si el futuro estuviera cancelado. Esta práctica, cada vez más extendida entre jóvenes adultos, responde a una percepción de incertidumbre estructural. Crisis climática, precarización laboral, sobreexposición digital y algoritmos de hiperpersonalización configuran un entorno donde la gratificación inmediata se convierte en refugio emocional.

Este modelo de éxito instantáneo se filtra en todos los estamentos sociales. Prácticas como pagar el alquiler con el sueldo y financiar el resto con tarjeta de crédito, sin advertir el crecimiento silencioso del saldo, se han naturalizado. El acceso fácil a plataformas como Amazon o Temu convierte el consumo impulsivo en regla, y en muchos casos, se adquieren productos que ni siquiera se recuerdan haber pedido. No se trata solo de un problema de consumo, sino de una exposición estructural al endeudamiento.

Gastar en lo que “te hace feliz” —aunque sea por unos minutos— refleja un vacío emocional que requiere atención.[6] En una sociedad donde el lema “vive ahora, paga después” se ha convertido en mantra, la insolvencia no solo amenaza el equilibrio financiero, sino también la salud mental. El gasto compulsivo puede derivar en trastornos que exceden lo económico y se inscriben en la lógica del escape.

La deuda contemporánea debe entenderse en relación con el origen del consumismo, consolidado en los años 60 y amplificado exponencialmente por las redes sociales del siglo XXI. Hoy, el consumo excesivo se ha naturalizado como estilo de vida, donde la gratificación inmediata funciona como mecanismo de afrontamiento emocional para una generación saturada de imágenes y estímulos fugaces. Algunos economistas denominan este fenómeno como “gasto fatal”, [7] una deriva nihilista de la terapia de compras.

En este ecosistema digital, los algoritmos no solo anticipan deseos antes de que sean conscientes, sino que también reconfiguran las condiciones de acceso al consumo. La hiperpersonalización algorítmica ha transformado los sistemas de precios: ya no se basan únicamente en variables objetivas como distancia o disponibilidad, sino en factores subjetivos como historial de consumo, ubicación o tipo de dispositivo. Como advierte Joan Cwaik, [8] los algoritmos cruzan datos como geolocalización, capacidad de pago estimada y perfil digital del usuario, generando precios dinámicos que pueden variar hasta un 30 % para un mismo producto. Así, la inflación deja de ser exclusivamente macroeconómica para volverse algorítmica y personalizada.

Aplicaciones de delivery como Uber Eats o plataformas de e-commerce como Amazon y Temu ilustran esta lógica: el mismo producto puede tener precios distintos según el barrio, el día o el historial de pedidos. Aunque algunos ajustes se justifican por razones logísticas, la lógica dominante es la maximización algorítmica: quien puede pagar más, paga más. Este modelo de segmentación invisible refuerza desigualdades preexistentes y naturaliza una forma de discriminación económica basada en datos.

 

 2.  Algoritmos, emociones y deuda: el caso canadiense como laboratorio de segmentación financiera

 

En el contexto canadiense, el endeudamiento juvenil revela una convergencia crítica entre tecnología, afectividad y precariedad estructural. El modelo “Buy Now, Pay Later[9] (BNPL) —popular entre jóvenes con alta exposición a deuda— no solo representa una herramienta de acceso al consumo, sino también una arquitectura algorítmica que personaliza precios, plazos y condiciones según el perfil digital del usuario. Esta segmentación invisible transforma el consumo en una experiencia emocional y discriminatoria, donde el algoritmo decide cuánto cuesta vivir hoy… y cuánto se deberá pagar mañana.

Ciertas declaraciones, como: “Ni siquiera tienes que ponerte pantalones para gastar dinero.”o “Gastar en cosas para hacerme feliz era una reacción a lo solo y desesperanzado que me sentía.”, ilustran cómo el consumo se ha convertido en respuesta emocional a la soledad en una generación formada en el hiperconsumo digital. En este entorno, el gasto no se vincula al buen comportamiento crediticio, sino al logro simbólico, al golpe de dopamina que proporciona la adquisición.[10]   En la cultura criptográfica, donde la moneda física se desvanece, el dinero se vuelve abstracto y el gasto, una forma de validación emocional.

La inflación, por su parte, ya no se limita al índice de precios al consumidor: se infiltra en los algoritmos que definen el valor de lo que compramos según quiénes somos. El modelo BNPL, al igual que los mercados de predicción, opera bajo una lógica de gratificación anticipada y diferimiento del riesgo, generando una ilusión de control que oculta la siembra en algunos casos, de la ruina personal y patrimonial.

La insolvencia juvenil, y otros casos de hipervulnerabilidad, no puede abordarse únicamente desde lo económico o jurídico. Un término complementario que amplía este enfoque es "precariedad emocional financiera". Este concepto permite englobar no solo la vulnerabilidad económica y jurídica, sino también la dimensión afectiva y psicológica que atraviesan los jóvenes y los consumidores hipervulnerables en el contexto actual de hiperconsumo digital y segmentación algorítmica. [11]

Ignorar estos riesgos visibles —como la segmentación algorítmica, la precariedad estructural y la emocionalidad del consumo— constituye la peor conducta posible. [12]  Estas dinámicas exigen una revisión profunda del derecho concursal, como herramienta potencial para proteger a los consumidores hipervulnerables en un ecosistema financiero emocionalmente volátil.

 

 

Conclusión

La deuda juvenil ha evolucionado hacia una forma de vulnerabilidad estructural, emocional y algorítmica, amplificada por modelos como Buy Now, Pay Later y por ecosistemas digitales que moldean decisiones de consumo mediante influencers, plataformas de crédito y algoritmos de scoring. El derecho concursal tradicional no contempla aún las microdeudas digitales ni la segmentación algorítmica, dejando a miles de jóvenes fuera de los mecanismos formales de protección. En este contexto hiperconectado, la multicanalidad financiera redefine la autonomía individual, y las infraestructuras económicas —como advierten Farrell y Newman— pueden operar como formas de presión personal.[13] El mayor riesgo no reside en lo imprevisible, sino en lo que decidimos ignorar. Es tiempo de que el derecho concursal anticipe y acompañe estas transformaciones.


Carlos Alberto Ferro
Universidad Aconcagua (Argentina)
ORCID iD: 0009-0000-3478-9765
Email: carlosalbertoferro@uda.edu.ar
                                                                                                                                 Noviembre 2025

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[1] Abogado, egresado de la Universidad de Mendoza, República Argentina. Doctorando en Derecho y Nuevas Tecnologías, Universidad de Mendoza. Especialista en Sindicatura Concursal y Entes en insolvencia, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo (U.N.C.). Titular del estudio Ferro. Profesor adjunto de la cátedra de Derecho Comercial II —Concursos y Quiebras—, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Aconcagua (Mendoza). Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Concursal.

[2] Courtney Shea,” Live now, pay later” Maclean’s Magazine, noviembre de 2025 p. 34 Sitio web: https://macleans.ca/longforms/the-doom-spenders/

[3] Nota: En este marco, la insolvencia del consumidor se presenta como una consecuencia lógica y estructural: el individuo, impulsado por la necesidad de pertenecer y validar su identidad a través del consumo, termina atrapado en ciclos de deuda que no solo afectan su economía personal, sino también su bienestar emocional y su capacidad de autonomía dentro del entramado social.  

[4] Bauman, Z., & Donskis, L. (2016). Maldad líquida: Vivir sin alternativas. Paidós y Bauman, Z. (2000). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa.

[5] Courtney Shea, 2025.

[6] La llamada estética boom boom —una tendencia reciente que recupera el consumo ostentoso de la vieja aristocracia, ahora adoptada por marcas de moda, influencers y consumidores— se entrelaza con la melancolía del mercado y la ansiedad financiera contemporánea Véase Emma Goldberg, “¿Eres el único que está arruinado? ¿O se trata de ‘dismorfia financiera’?”, The New York Times, abril de 2025. Disponible en: https://www.nytimes.com.

[7] Courtney Shea, 2025

[8] Cwaik, J. (2025). El algoritmo ¿Quién decide por nosotros? Planeta

[9] Courtney Shea, 2025

[10] Courtney Shea, 2025

[11] Nota: Así, se reconoce que la insolvencia no solo es un desbalance contable, sino también un síntoma de fragilidad emocional y estructural de personas, expuestas a modelos de gratificación inmediata y presión social constante.  Vease Goldberg, 2025.

[12] Bara, M. (2025). Más allá de los cisnes negros: cómo afrontar los riesgos que preferimos ignorar. Harvard Deusto Business Review, (359), 30–37 

[13] Farrell, H., & Newman, A. (2025). The weaponized world economy: Surviving the new age of economic coercion. Foreign Affairs, 104, septiembre/octubre

crédito imagen:   Rick Han, disponible en Pexels: https://www.pexels.com/photo/1719233/, consultada el 3 de noviembre de 2025.

 




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