Introducción
La insolvencia contemporánea trasciende el
ámbito jurídico para manifestarse como fenómeno cultural, emocional y
tecnológico. Este trabajo explora cómo el endeudamiento, más allá del hecho económico,
se entrelaza con decisiones cotidianas, algoritmos de consumo y narrativas de
gratificación inmediata, revelando una subjetividad marcada por el doom
spending: gasto impulsivo ante un futuro percibido como incierto. A partir del
artículo de Courtney Shea (Maclean’s, 2025), [2] se analiza cómo jóvenes adultos enfrentan
crisis climáticas, deudas educativas y precarización laboral mediante el
consumo de experiencias inmediatas como forma de evasión.
Este trabajo se estructura en dos capítulos
que abordan la insolvencia desde una perspectiva cultural, tecnológica y
emocional.
El primero examina cómo el consumo emocional y
la búsqueda de gratificación inmediata configuran nuevas formas de
desequilibrio financiero, que desbordan los parámetros patrimoniales clásicos y
desafían las categorías jurídicas tradicionales.
El segundo se adentra en la intersección entre
algoritmos, afectividad y deuda, tomando como caso el ecosistema canadiense,
donde plataformas híbridas de inversión, apuestas y consumo segmentado permiten
especular sobre el futuro, transformando el riesgo en entretenimiento y el
gasto en validación emocional.
En
conjunto, el paper propone una mirada interdisciplinaria sobre el endeudamiento
como práctica generacional, vinculada a la búsqueda de sentido y pertenencia en
un entorno marcado por la fragmentación financiera y la creciente influencia de
referentes digitales sin formación especializada en economía o finanzas.
1. Deuda,
deseo y delivery: la insolvencia como síntoma cultural
Más allá de su definición legal, la
insolvencia se manifiesta hoy como expresión de una subjetividad atrapada entre
el deseo, la deuda y la promesa de gratificación inmediata. El concepto
jurídico tradicional —centrado en el desequilibrio patrimonial y la incapacidad
de pago— resulta insuficiente para capturar la complejidad del fenómeno actual,
que también involucra dimensiones emocionales, culturales y existenciales. [3]
Autores como Zygmunt Bauman[4] han abordado el endeudamiento como forma de
control social, narrativa identitaria y estructura de poder en la sociedad de
consumidores. Según Bauman, el consumo se ha convertido en el principal
organizador de la vida social, donde “ser es ser percibido como consumidor” y
la estética del consumo se impone como norma.
En este marco emerge el fenómeno del doom
spending,[5]
gastar como si el futuro estuviera cancelado. Esta práctica, cada vez más
extendida entre jóvenes adultos, responde a una percepción de incertidumbre
estructural. Crisis climática, precarización laboral, sobreexposición digital y
algoritmos de hiperpersonalización configuran un entorno donde la gratificación
inmediata se convierte en refugio emocional.
Este modelo de éxito instantáneo se filtra en
todos los estamentos sociales. Prácticas como pagar el alquiler con el sueldo y
financiar el resto con tarjeta de crédito, sin advertir el crecimiento
silencioso del saldo, se han naturalizado. El acceso fácil a plataformas como
Amazon o Temu convierte el consumo impulsivo en regla, y en muchos casos, se
adquieren productos que ni siquiera se recuerdan haber pedido. No se trata solo
de un problema de consumo, sino de una exposición estructural al endeudamiento.
Gastar en lo que “te hace feliz” —aunque sea
por unos minutos— refleja un vacío emocional que requiere atención.[6] En
una sociedad donde el lema “vive ahora, paga después” se ha convertido en
mantra, la insolvencia no solo amenaza el equilibrio financiero, sino también
la salud mental. El gasto compulsivo puede derivar en trastornos que exceden lo
económico y se inscriben en la lógica del escape.
La deuda contemporánea debe entenderse en
relación con el origen del consumismo, consolidado en los años 60 y amplificado
exponencialmente por las redes sociales del siglo XXI. Hoy, el consumo excesivo
se ha naturalizado como estilo de vida, donde la gratificación inmediata
funciona como mecanismo de afrontamiento emocional para una generación saturada
de imágenes y estímulos fugaces. Algunos economistas denominan este fenómeno
como “gasto fatal”, [7]
una deriva nihilista de la terapia de compras.
En este ecosistema digital, los algoritmos no
solo anticipan deseos antes de que sean conscientes, sino que también
reconfiguran las condiciones de acceso al consumo. La hiperpersonalización
algorítmica ha transformado los sistemas de precios: ya no se basan únicamente
en variables objetivas como distancia o disponibilidad, sino en factores
subjetivos como historial de consumo, ubicación o tipo de dispositivo. Como
advierte Joan Cwaik, [8]
los algoritmos cruzan datos como geolocalización, capacidad de pago estimada y
perfil digital del usuario, generando precios dinámicos que pueden variar hasta
un 30 % para un mismo producto. Así, la inflación deja de ser exclusivamente
macroeconómica para volverse algorítmica y personalizada.
Aplicaciones de delivery como Uber Eats o
plataformas de e-commerce como Amazon y Temu ilustran esta lógica: el mismo
producto puede tener precios distintos según el barrio, el día o el historial
de pedidos. Aunque algunos ajustes se justifican por razones logísticas, la
lógica dominante es la maximización algorítmica: quien puede pagar más, paga
más. Este modelo de segmentación invisible refuerza desigualdades preexistentes
y naturaliza una forma de discriminación económica basada en datos.
2. Algoritmos, emociones y deuda: el caso
canadiense como laboratorio de segmentación financiera
En el contexto canadiense, el endeudamiento
juvenil revela una convergencia crítica entre tecnología, afectividad y
precariedad estructural. El modelo “Buy Now, Pay Later”[9]
(BNPL) —popular entre jóvenes con alta exposición a deuda— no solo representa
una herramienta de acceso al consumo, sino también una arquitectura algorítmica
que personaliza precios, plazos y condiciones según el perfil digital del
usuario. Esta segmentación invisible transforma el consumo en una experiencia
emocional y discriminatoria, donde el algoritmo decide cuánto cuesta vivir hoy…
y cuánto se deberá pagar mañana.
Ciertas
declaraciones,
como: “Ni siquiera tienes que ponerte pantalones para gastar dinero.”o “Gastar
en cosas para hacerme feliz era una reacción a lo solo y desesperanzado que me
sentía.”, ilustran cómo el consumo se ha convertido en respuesta
emocional a la soledad
en una generación formada en el hiperconsumo digital. En este entorno, el gasto
no se vincula al buen comportamiento crediticio, sino al logro simbólico, al
golpe de dopamina que proporciona la adquisición.[10] En la
cultura criptográfica, donde la moneda física se desvanece, el dinero se vuelve
abstracto y el gasto, una forma de validación emocional.
La inflación, por su parte, ya no se limita al
índice de precios al consumidor: se infiltra en los algoritmos que definen el
valor de lo que compramos según quiénes somos. El modelo BNPL, al igual que los
mercados de predicción, opera bajo una lógica de gratificación anticipada y
diferimiento del riesgo, generando una ilusión de control que oculta la siembra
en algunos casos, de la ruina personal y patrimonial.
La insolvencia juvenil, y otros casos de hipervulnerabilidad,
no puede abordarse únicamente desde lo económico o jurídico. Un término
complementario que amplía este enfoque es "precariedad emocional
financiera". Este concepto permite englobar no solo la
vulnerabilidad económica y jurídica, sino también la dimensión afectiva y
psicológica que atraviesan los jóvenes y los consumidores hipervulnerables en
el contexto actual de hiperconsumo digital y segmentación algorítmica. [11]
Ignorar estos riesgos visibles —como la
segmentación algorítmica, la precariedad estructural y la emocionalidad del
consumo— constituye la peor conducta posible. [12] Estas dinámicas exigen una revisión profunda
del derecho concursal, como herramienta potencial para proteger a los
consumidores hipervulnerables en un ecosistema financiero emocionalmente
volátil.
Conclusión
La deuda juvenil ha evolucionado hacia una forma de
vulnerabilidad estructural, emocional y algorítmica, amplificada por modelos
como Buy Now, Pay Later y por ecosistemas digitales que moldean decisiones de
consumo mediante influencers, plataformas de crédito y algoritmos de scoring.
El derecho concursal tradicional no contempla aún las microdeudas digitales ni
la segmentación algorítmica, dejando a miles de jóvenes fuera de los mecanismos
formales de protección. En este contexto hiperconectado, la multicanalidad
financiera redefine la autonomía individual, y las infraestructuras económicas
—como advierten Farrell y Newman— pueden operar como formas de presión
personal.[13]
El mayor riesgo no reside en lo imprevisible, sino en lo que decidimos ignorar.
Es tiempo de que el derecho concursal anticipe y acompañe estas
transformaciones.
.
[1]
Abogado, egresado de la
Universidad de Mendoza, República Argentina. Doctorando en Derecho y Nuevas
Tecnologías, Universidad de Mendoza. Especialista en Sindicatura Concursal y
Entes en insolvencia, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional
de Cuyo (U.N.C.). Titular del estudio Ferro. Profesor adjunto de la cátedra de
Derecho Comercial II —Concursos y Quiebras—, Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad Aconcagua (Mendoza). Miembro del Instituto Iberoamericano de
Derecho Concursal.
[2]
Courtney Shea,” Live now, pay
later” Maclean’s Magazine, noviembre de 2025 p. 34 Sitio web:
https://macleans.ca/longforms/the-doom-spenders/
[3] Nota: En este
marco, la insolvencia del consumidor se presenta como una consecuencia lógica y
estructural: el individuo, impulsado por la necesidad de pertenecer y validar
su identidad a través del consumo, termina atrapado en ciclos de deuda
que no solo afectan su economía personal, sino también su bienestar emocional y
su capacidad de autonomía dentro del entramado social.
[4] Bauman,
Z., & Donskis, L. (2016). Maldad líquida: Vivir sin alternativas. Paidós y
Bauman, Z. (2000). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa.
[5] Courtney Shea, 2025.
[6]
La llamada estética boom boom
—una tendencia reciente que recupera el consumo ostentoso de la vieja
aristocracia, ahora adoptada por marcas de moda, influencers y consumidores— se
entrelaza con la melancolía del mercado y la ansiedad financiera contemporánea
Véase Emma Goldberg, “¿Eres el único que está arruinado? ¿O se trata de
‘dismorfia financiera’?”, The New York Times, abril de 2025. Disponible en:
https://www.nytimes.com.
[7] Courtney Shea, 2025
[8] Cwaik, J. (2025). El algoritmo ¿Quién decide por nosotros? Planeta
[9] Courtney Shea, 2025
[10] Courtney Shea, 2025
[11] Nota: Así,
se reconoce que la insolvencia no solo es un desbalance contable, sino también
un síntoma de fragilidad emocional y estructural de personas, expuestas a
modelos de gratificación inmediata y presión social constante. Vease Goldberg, 2025.
[12] Bara, M. (2025). Más allá de los
cisnes negros: cómo afrontar los riesgos que preferimos ignorar. Harvard Deusto
Business Review, (359), 30–37
[13]
Farrell,
H., & Newman, A. (2025). The weaponized world economy: Surviving the new
age of economic coercion. Foreign Affairs, 104, septiembre/octubre
crédito imagen:
Rick Han, disponible en Pexels:
https://www.pexels.com/photo/1719233/, consultada el 3 de noviembre de 2025.
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