En el contexto de crisis de deuda que atraviesa Argentina, la reestructuración de la deuda no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para lograr una economía previsible y ordenada. De nada sirve sancionar una “ley de sustentabilidad de deuda pública externa” si no se desarrollan políticas viables que aseguren en el mediano plazo condiciones de producción, desarrollo y exportación. De la misma manera que una empresa que solicita su concurso preventivo deberá reorganizar y gestionar sus recursos con miras a lograr exitosamente la reestructuración de sus pasivos, el país que atraviesa dificultades en su deuda soberana producto de su déficit público, debe adoptar medidas para corregir estas distorsiones; de lo contrario las causas que generan el impago sigue subyacentes. La mentada sustentabilidad soberana se logra administrando eficientemente los recursos, sobre la base de una sencilla formula: no debe haber más egreso que ingresos. Este factor económico, no se corrige con una ley. Se necesita imperiosamente el ingreso de capitales para paulatinamente con voluntad política y cultura del trabajo, remover las causas que generan el alto costo fiscal. Por ejemplo, en el país un porcentaje muy bajo de las exportaciones ingresan en cadenas globales de valor. Ello significa la escasa penetración global de nuestros productos y servicios, si a ello se suma que no se dispone de una clara política de alianzas comerciales, las perspectivas para el desarrollo con el comercio mundial son poco alentadoras. Sin comercio mundial, no hay resilencia posible y se pierde un recurso valioso en épocas de recesión. Se advierte que la cultura de la exportación está muy deteriorada, no solo en lo que a industria agrícola se refiere. En el sector del conocimiento, Argentina ha demostrado que también tiene cualificación de recursos para aportar y competir en el mercado. Globant, Mercado libre, Despegar, son algunas de las empresas con proyección internacional que generan un valor agregado importante para la coyuntura actual. Esta industria tiene mucha significancia en el mundo digital; países como Irlanda superaron sus dificultades económicas mediante la industria de la tecnología de la información. Se trata de un sector propulsor de la economía, siempre que el país cuente con recursos humanos cualificados y una dirigencia acorde a los desafíos y con visión de progreso. No dudo de que el primero de los requisitos lo cumplimos ampliamente, pero inexplicablemente en cuanto al segundo, la dirigencia política decido suspender la “ley de economía del conocimiento” y tomarse tiempo necesario para estudiar su reforma. No advierten que la dinámica de la economía digital no admite incertidumbre, ni tratamientos legislativos prolongados con discusiones que escapan en mayoría, al promedio de preparación de los legisladores para debatir estos temas. Esa medida entre otras, condiciona el desarrollo y demora la ejecución de políticas necesarias para revertir los factores endógenos de la economía que la han llevado a la situación actual, entre las cuales sobresale la falta de disciplina fiscal. La Argentina debe proyectarse más allá del arreglo con los bonistas, la postergación de los pagos no es suficiente; eso no es un plan estratégico. El costo fiscal para las empresas también es un obstáculo para la reactivacion económica, porque mina todo negocio. El sector público se ha encargado en los últimos 70 años de hacer desaparecer una matriz productiva privada, por medio de una presión fiscal inusitada, inflación y devaluación de la moneda. Estos factores han llevado a buena parte de la ciudadanía a soportar el crónico déficit fiscal con el resultado de años sin crecimiento y la posibilidad nuevamente de resbalar hacia al default. El progreso nacional es la suma del trabajo individual, innovador y emprendedor de la misma manera que la decadencia nacional lo es de la incapacidad, el despilfarro y la improvisación permanente.